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El mes de James Joyce
Hoy se cumplió el mes de James Joyce. Ustedes se preguntaran qué quiero decir con esto, bueno precisamente es que hoy en día se cumplió un mes más, el mes de junio, como el día de James Joyce ya que fue el mes de junio en donde se publicaran su obra de cuentos “Dublineses” y se celebra el “Bloomsday” en la ciudad de Dublin, un evento en honor al personaje Leopold Bloom del “Ulises”. Es así como todos los 16 de junio, fecha ficticia de la novela, se celebra éste día tan especial en donde los fanáticos del “Ulises” se procurar transitar todos los lugares que recorren los personajes en la obra, desde las casas hasta cenar lo mismo que en la obra. De hecho en Dublin se juntan siempre en grupo para realizar el recorrido con la obra en mano. Es muy interesante de ver y más que nada de participar.
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Ya lo dijo T.S Eliot “Considero que este libro (en referencia al “Ulises” de James Joyce) es la expresión más importante que ha encontrado nuestra época; es un libro con el que todos estamos en deuda, y del que ninguno de nosotros puede escapar.”
Claro que nadie puede escapar de las páginas del “Ulises”, es tan complicada y entreverada la voz de éste autor que a cualquier lector le parece un libro muy fuerte de leer y por sobre todas las cosas complicado de seguir. Pero tal como dice T.S Eliot ningún lector, ni ningún especialista, nadie, puede escaparse de las olas intensas del “Ulises” y de la historia de éste personaje, Leopold Bloom, que deambula por las calles de Dublín.
En referencia al mes de James Joyce, gracias a sus publicaciones y a la celebración de Bloom, me gustaría compartir algunas reflexiones sobre sus cuentos “Dublineses” y sobre el “Ulises”.
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“Dublineses” es la única obra que publicó James Joyce en el género cuento. Después de esa experiencia no volvió a escribir nunca más un cuento. No por nada en especial pero creo que el autor luego de comenzar estos pequeños cuentos decidió comenzar a escribir una novela que sería recordada para siempre por su intensidad y su contenido el “Ulises”.
Pero en estos cuentos el autor ha logrado retratar de una manera hiper-realista la vida social de los habitantes de Dublín en el siglo XX, para el autor dicha sociedad se encontraba “inmóvil”, “paralizada” y sus cuentos lo revelan de modo tal que apenas comenzamos a leer las páginas de los “Dublineses” nos trasporta a esa quietud de la Dublín del siglo XX.
Estos cuentos se dividen en experiencias vividas por el autor cuando era joven y mientras se fue haciendo adulto, ambos momentos se reflejan claramente en sus cuentos por ello es que se los considera a los “Dublineses” cuentos sumamente biográficos.
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Los cuentos “Dublineses” de James Joyce se dividen en 15 cuentos, relativamente breves, escritos entre los años 1904 en la ciudad de Dublín y finalizado en el año 1914 en la ciudad de Trieste. Si bien el libro al principio contó con doce cuentos luego se le agregaron tres cuentos más para finalizar la edición completa.
Los cuentos que podrás leer, disfrutar y vivenciar sobre el siglo XX en la sociedad “inmóvil” de Dublín, son los siguientes:
Las hermanas
Un encuentro
Arabia
Eveline
Después de la carrera
Dos galanes
La casa de huéspedes
Una nubecilla
Duplicados
Polvo y ceniza
Un triste caso
Efemérides en el comité
Una madre
A mayor gracia de Dios
Los muertos
En cada uno de estos cuentos encontrarán la voz fuerte de una autor, de un personaje, que intentará retratar con sus palabras la vida que llevaba la sociedad de Dublín en el siglo XX a causa del sometimiento del Imperio Británico y la Iglesia Católica.
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Tal como lo señaló el mismo James Joyce en una carta a su esposa sobre su escritura sobre los “Dublineses”: “Mi intención era escribir un capítulo de la historia moral de mi país, y escogí Dublín para escenificarla porque esa ciudad me parecía el centro de la parálisis.”
Esa páralisis de la que habla Joyce no es otra que la que atormentaba e inmovilizaba a Dublín durante el siglo XX, cuando toda la sociedad estaba inmersa en la presión del imperio británico y la búsqueda del pueblo irlandés en encontrar su independencia. Estaba todo paralizado, la sociedad estaba paralizada y pocos eran los que enfatizados intentaban liberarse de la corona británica, una corona que no dejaba que un país como Irlanda viva independientemente.
Todo ello se vislumbra en los quince cuentos de James Joyce, toda esa sociedad paralizada por el apriete y los cambios sociales se retrata perfectamente en la obra de Joyce llamada “Dublineses”.
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A continuación me gustaría compartir algunos de los mejores fragmentos de sus cuentos “Dublineses” para que vayan entrando en sintonía y probablemente vayan corriendo, luego de terminar de leer estos fragmentos, a buscar los “Dublineses” de James Joyce y leerlo sin parar. Estoy casi seguro que les ocurrirá eso porque a todos nos pasa, cuando comenzamos a introducirnos en el universo de Joyce es muy difícil salir.
Los cuentos comienzan con “Las hermanas”:
"No había esperanza esta vez: era la tercera embolia. Noche tras noche pasaba yo por la casa (eran las vacaciones) y estudiaba el alumbrado cuadro de la ventana: y noche tras noche lo veía iluminado del mismo modo débil y parejo. Si hubiera muerto, pensaba yo, vería el reflejo de las velas en las oscuras persianas, ya que sabía que se deben colocar dos cirios a la cabecera del muerto. A menudo él me decía: "No me queda mucho en este mundo", y yo pensaba que hablaba por hablar."
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Y continúa de la siguiente manera, donde el autor se refiere a la palabra “parálisis” aquel sinónimo para retratar a la sociedad irlandesa del siglo XX.
"Ahora supe que decía la verdad. Cada noche al levantar la vista y contemplar la ventana me repetía a mí mismo en voz baja la palabra parálisis. Siempre me sonaba extraña en los oídos, como la palabra gnomo en Euclides y la palabra simonía en el catecismo. Pero ahora me sonó a cosa mala y llena de pecado. Me dio miedo y, sin embargo, ansiaba observar de cerca su trabajo maligno.
El viejo Cotter estaba sentado junto al fuego, fumando, cuando bajé a cenar. Mientras mi tía me servía mi potaje, dijo él, como volviendo a una frase dicha antes:
-No, yo no diría que era exactamente... pero había en él algo raro... misterioso. Le voy a dar mi opinión.
Empezó a tirar de su pipa, sin duda ordenando sus opiniones en la cabeza. ¡Viejo estúpido y molesto!...”
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El otro cuento es “Un encuentro”:
"Fue Joe Dillon quien nos dio a conocer el Lejano Oeste. Tenía su pequeña colección de números atrasados de The Union Jack, Pluck y The Halfpenny Marvel. Todas las tardes, después de la escuela, nos reuníamos en el traspatio de su casa y jugábamos a los indios. Él y su hermano menor, el gordo Leo, que era un ocioso, defendían los dos el altillo del establo mientras nosotros tratábamos de tomarlo por asalto; o librábamos una batalla campal sobre el césped. Pero, no importaba lo bien que peleáramos, nunca ganábamos ni el sitio ni la batalla y todo acababa como siempre, con Joe Dillon celebrando su victoria con una danza de guerra. Todas las mañanas sus padres iban a la misa de ocho en la iglesia de la Calle Gardiner y el aura apacible de la señora Dillon dominaba el recibidor de la casa. Pero él jugaba a lo salvaje comparado con nosotros, más pequeños y más tímidos."
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El otro cuento que me gustaría compartir o mejor dicho el comienzo del cuento es: “Arabia”
"La calle North Richmond, por ser un callejón sin salida, era una calle callada, excepto en la hora en que la escuela de los Hermanos Cristianos soltaba a sus alumnos. Al fondo del callejón había una casa de dos pisos deshabitada y separada de sus vecinas por su terreno cuadrado. Las otras casas de la calle, conscientes de las familias decentes que vivían en ellas, se miraban unas a otras con imperturbables caras pardas.
El inquilino anterior de nuestra casa, sacerdote él, había muerto en la saleta interior. El aire, de tiempo atrás enclaustrado, permanecía estancado en toda la casa, y el cuarto de desahogo detrás de la cocina estaba atiborrado de viejos papeles inservibles. Entre ellos encontré muchos libros forrados en papel, con sus páginas dobladas y húmedas: El abate, de Walter Scott; La devota comunicante y Las memorias de Vidocq. Me gustaba más este último porque sus páginas eran amarillas."
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El otro cuento es “Eveline”:
"Sentada ante la ventana, miraba cómo la noche invadía la avenida. Su cabeza se apoyaba contra las cortinas de la ventana, y tenía en la nariz el olor de la polvorienta cretona. Estaba cansada.
Pasaba poca gente: el hombre de la última casa pasó rumbo a su hogar, oyó el repiqueteo de sus pasos en el pavimento de hormigón y luego los oyó crujir sobre el sendero de grava que se extendía frente a las nuevas casas rojas. Antes había allí un campo, en el que ellos acostumbraban jugar con otros niños. Después, un hombre de Belfast compró el campo y construyó casas en él: casas de ladrillos brillantes y techos relucientes, y no pequeñas y oscuras como las otras. Los niños de la avenida solían jugar juntos en aquel campo; los Devine, los Water, los Dunn, el pequeño lisiado Keogh, ella, sus hermanos y hermanas."
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El otro cuento es “Después de la carrera” donde se desprende, desde el comienzo, el retrato de Dublín:
“Los carros venían volando hacia Dublín, deslizándose como balines por la curva del camino de Naas. En lo alto de la loma, en Inchicore, los espectadores se aglomeraban para presenciar la carrera de vuelta, y por entre este canal de pobreza y de inercia, el Continente hacía desfilar su riqueza y su industria acelerada. De vez en cuando los racimos de personas lanzaban al aire unos vítores de esclavos agradecidos. No obstante, simpatizaban más con los carros azules -los carros de sus amigos los franceses.
Los franceses, además, eran los supuestos ganadores. El equipo francés llegó entero a los finales en los segundos y terceros puestos, y el chofer del carro ganador alemán se decía que era belga. Cada carro azul, por tanto, recibía doble dosis de vítores al alcanzar la cima, y las bienvenidas fueron acogidas con sonrisas y venias por sus tripulantes."
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“Dos galanes” es el otro gran cuento en donde se reflejan a los personajes de la sociedad de Irlanda en el siglo XX.:
"La tarde de agosto había caído, gris y cálida, y un aire tibio, un recuerdo del verano, circulaba por las calles. La calle, los comercios cerrados por el descanso dominical, bullía con una multitud alegremente abigarrada. Como perlas luminosas, las lámparas alumbraban de encima de los postes estirados y por sobre la textura viviente de abajo, que variaba de forma y de color sin parar y lanzaba al aire gris y cálido de la tarde un rumor invariable que no cesa.
Dos jóvenes bajaban la cuesta de Rutland Square. Uno de ellos acababa de dar fin a su largo monólogo. El otro, que caminaba por el borde del contén y que a veces se veía obligado a bajar un pie a la calzada, por culpa de la grosería de su acompañante, mantenía su cara divertida y atenta. Era rubicundo y rollizo."
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El otro cuento de los “Dublineses” es “La casa de Huéspedes”:
"Mrs Mooney era hija de un carnicero. Era mujer que sabía guardarse las cosas: una mujer determinada. Se había casado con el dependiente de su padre y los dos abrieron una carni¬cería cerca de Spring Gardens. Pero tan pronto como su suegro murió Mr Mooney empezó a descomponerse. Bebía, saqueaba la caja contadora, incurrió en deudas. No bastaba con obligarlo a hacer promesas: era seguro que días después volvería a las andadas. Por pelear con su mujer ante los clientes y comprar carne mala arruinó el negocio. Una noche le cayó atrás a su mujer con el matavacas y ésta tuvo que dormir en la casa de un vecino.
Después de aquello se separaron. Ella se fue a ver al cura y consiguió una separación con custodia. No le daba a él ni dinero, ni cuarto, ni comida; así que se vio obligado a enrolarse de alguacil ayudante."
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¡“Una nubecilla” el próximo cuento!:
"Ocho años atrás había despedido a su amigo en la estación de North Wall diciéndole que fuera con Dios. Gallaher hizo carrera. Se veía enseguida: por su aire viajero, su traje de lana bien cortado y su acento decidido. Pocos tenían su talento y todavía menos eran capaces de permanecer incorruptos ante tanto éxito. Gallaher tenía un corazón de este tamaño y se merecía su triunfo. Daba gusto tener un amigo así.
Desde el almuerzo, Chico Chandler no pensaba más que en su cita con Gallaher, en la invitación de Gallaher, en la gran urbe londinense donde vivía Gallaher. Le decían Chico Chandler porque, aunque era poco menos que de mediana estatura, parecía pequeño. Era de manos blancas y cortas, frágil de huesos, de voz queda y maneras refinadas. Cuidaba con exceso su rubio pelo lacio y su bigote, y usaba un discreto perfume en el pañuelo. La medialuna de sus uñas era perfecta y cuando sonreía dejaba entrever una fila de blancos dientes de leche."
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“Duplicados” es el próximo cuento de los “Dublineses”, un cuento mucho más dialógico que los anteriores, miren sino como empieza..
"El timbre sonó rabioso. Cuando la señorita Parker se acercó al tubo, una voz con un penetrante acento de Irlanda del Norte gritó furiosa:
-¡A Farrington que venga acá!
La señorita Parker regresó a su máquina, diciéndole a un hombre que escribía en un escritorio:
-El señor Alleyne, que suba a verlo.
El hombre musitó un ¡Maldita sea! y echó atrás su silla para levantarse. Cuando lo hizo se vio que era alto y fornido. Tenía una cara colgante, de color vino tinto, con cejas y bigotes rubios: sus ojos, ligeramente botados, tenían los blancos sucios. Levantó la tapa del mostrador y, pasando por entre los clientes, salió de la oficina con paso pesado
Subió lerdo las escaleras hasta el segundo piso, donde había una puerta con un letrero que decía Señor Alleyne. Aquí se detuvo, bufando de hastío, rabioso, y tocó. Una voz chilló:
-¡Pase!"
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El otro cuento esta titulado como “Arcilla” o “Polvo y ceniza”. Esos dos títulos pueden encontrarlos publicados de diferente manera en los “Dublineses”:
"La Supervisora le dio permiso para salir en cuanto acabara el té de las muchachas y María esperaba, expectante. La cocina relucía: la cocinera dijo que se podía uno ver la cara en los peroles de cobre. El fuego del hogar calentaba que era un contento y en una de las mesitas había cuatro grandes broas. Las broas parecían enteras; pero al acercarse uno, se podía ver que habían sido cortadas en largas porciones iguales, listas para repartir con el té. María las cortó.
María era una persona minúscula, de veras muy minúscula, pero tenía una nariz y una barbilla muy largas. Hablaba con un dejo nasal, de acentos suaves: "Sí, mi niña", y "No, mi niña". La mandaban a buscar siempre que las muchachas se peleaban por los lavaderos y ella siempre conseguía apaciguarlas."
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“Un triste caso” el próximo cuento:
"El señor James Duffy residía en Chapelizod porque quería vivir lo más lejos posible de la capital de que era ciudadano y porque encontraba todos los otros suburbios de Dublín mezquinos, modernos y pretenciosos. Vivía en una casa vieja y sombría y desde su ventana podía ver la destilería abandonada y, más arriba, el río poco profundo en que se fundó Dublín. Las altivas paredes de su habitación sin alfombras se veían libres de cuadros. Había comprado él mismo las piezas del mobiliario: una cama de hierro negro, un lavamanos de hierro, cuatro sillas de junco, un perchero-ropero, una arqueta, carbonera, un guardafuegos con sus atizadores y una mesa cuadrada sobre la que había un escritorio doble. En un nicho había hecho un librero con anaqueles de pino blanco. La cama estaba tendida con sábanas blancas y cubierta a los pies por una colcha escarlata y negra."
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“Efemérides” o “Efemérides en el comité” son los dos títulos que pueden encontrar de el próximo cuento de los “Dublineses”:
"El viejo Jack rastreó las brasas con un pedazo de cartón, las juntó y luego las esparció concienzudamente sobre el domo de carbones. Cuando el domo estuvo bien cubierto su cara quedó en la oscuridad, pero al ponerse a abanicar el fuego una vez más, su sombra ascendió por la pared opuesta y su cara volvió a salir lentamente a la luz. Era una cara vieja, huesuda y con pelos. Los azules ojos húmedos parpadearon ante el fuego y la boca babeada se abrió varias veces, mascullando mecánicamente al cerrarse. Cuando los carbones se volvieron ascuas recostó el cartón a la pared y, suspirando, dijo:
-Mucho mejor así, señor O'Connor.
El señor O'Connor, joven, de cabellos grises y de cara desfigurada por muchos barros y espinillas, acababa de liar un perfecto cilindro de tabaco, pero al hablarle deshizo su trabajo manual, meditabundo."
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“Una madre” es uno de los últimos títulos de los libros de cuentos “Dublineses”:
"El señor Holohan, vicesecretario de la sociedad Eire Abu, se paseó un mes por todo Dublín con las manos y los bolsillos atiborrados de papelitos sucios, arreglando lo de la serie de conciertos. Era lisiado y por eso sus amigos lo llamaban Aúpa Holohan. Anduvo para arriba y para abajo sin parar y se pasó horas enteras en una esquina discutiendo el asunto y tomando notas; pero al final fue la señora Kearney quien tuvo que resolverlo todo.
La señorita Devlin se transformó en la señora Keamey por despecho. Se había educado en uno de los mejores conventos, donde aprendió francés y música. Como era exangüe de nacimiento y poco flexible de carácter, hizo pocas amigas en la escuela. Cuando estuvo en edad casadera la hicieron visitar varias casas donde admiraron mucho sus modales pulidos y su talento musical."
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El penúltimo libro de los cuentos “Dublineses” del autor irlandés James Joyce es “A mayor gracia de Dios”:
"Dos caballeros que se hallaban en los lavabos en ese mo¬mento trataron de levantarlo: pero no tenía remedio. Quedó hecho un ovillo al pie de la escalera por la que había caído.
Consiguieron darle vuelta. Su sombrero había rodado lejos y sus ropas estaban manchadas por la mugre y las emanaciones del piso en que yacía bocabajo. Tenía los ojos cerrados y res¬piraba a gruñidos. Un hilo de sangre le corría por la comisura de los labios.
Dichos caballeros y uno de los sacristanes lo subieron y lo depositaron de nuevo en el piso del bar. Enseguida lo rodeó un corro masculino. El dueño del bar preguntó que quién era y que quién estaba con él. Nadie sabía quién era pero uno de los sacristanes dijo que él le sirvió un roncito al caballero."
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Y por último “Los muertos” es el cuento que da fin a los “Dublineses”. Espero que estos fragmentos les impulsen a leer los libros y les gusten tanto como a mí.
“Lily, la hija del encargado, tenía los pies literalmente muertos. No había todavía acabado de hacer pasar a un invitado al cuarto de desahogo, detrás de la oficina de la planta baja, para ayudarlo a quitarse el abrigo, cuando de nuevo sonaba la quejumbrosa campana de la puerta y tenía que echar a correr por el zaguán vacío para dejar entrar a otro. Era un alivio no tener que atender también a las invitadas. Pero Miss Kate y Miss Julia habían pensado en eso y convirtieron el baño de arriba en un cuarto de señoras. Allá estaban Miss Kate y Miss Julia, riéndose y chismeando y ajetreándose una tras la otra hasta el rellano de la escalera, para mirar abajo y preguntar a Lily quién acababa de entrar."