Las revistas y diarios que circulaban en las primeras décadas del siglo XX eran un caldo de cultivo para la difusión de los relatos de ciencia ficción. Cerca del 40, aparecieron los que serían los grandes maestros de este género como Arthur C. Clarke y Robert Heinlein.
Si bien no se habían publicado libros de ciencia ficción hasta 1938, fue Heinlein quien hizo que las grandes editoriales lo hicieran, más allá de que los relatos se publicaban en las revistas y tenían gran aceptación de los lectores.
Hacia 1950 hubo un giro en el consumo de los lectores y los diarios y revistas explotaron esta particularidad, por lo que era frecuente que salieran portadas con rostros de monstruos o extraterrestres. Además, los cuentos iban perdiendo terreno y la gente se inclinaba por las lecturas de las novelas. En este contexto tuvo una gran aceptación Ruy Brudbury, en Estados Unidos y Adolfo Bioy Casares, en Argentina.
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