La ilusión dramática

Cuando uno va a ver una obra teatral lo que más le llama la atención es cómo logran los dramaturgos y los actores transportarnos a mundos lejanos o a historias fantásticas con sólo una representación. Esa acción de teletransportación es llamada: ilusión dramática.
Lograr crear un mundo, una situación, una historia en la que todo empieza y termina en no más que una hora y donde todo se resuelve de manera repentina, es gracias a aquella ilusión donde todo es real pero en un espacio teatral. Es decir, que la ilusión dramática sólo puede darse en un espacio teatral gracias a una convención entre el espectador y el actor.
La ilusión, como bien dijimos, sólo se da en el espacio teatral. Si el actor toma un vaso imaginario y lo toma como si fuese una bebida nosotros, los espectadores, vemos el vaso imaginario gracias a aquella ilusión dramática con la que todo es posible en un espacio actoral.

Claro que toda convención de ilusión dramática se resuelve entre un actor y un espectador. Pero también es interesante observar cuando esa ilusión se ve quebrantada. Por ejemplo en las comedias, al crear la risa y al romper con la cuarta pared hablándole directamente al auditorio, lo que se logra con esa acción es romper con la ilusión dramática.
Pero romper con la querida ilusión dramática no es una acción buen vista por los ojos de la crítica teatral. Al dramaturgo latino Plauto se lo ha condenado de hacer mal teatro, durante mucho tiempo, porque hacía que sus personajes hablen con los espectadores y realicen comentarios acerca de lo que iba a ocurrir en la escena. Eso lo llevo a Plauto a ser considerado un dramaturgo menor pero lo que en realidad estaba haciendo Plauto era burlarse de aquella ilusión teatral, de aquel teatro clásico donde no se interpelaba al espectador. Así la dramaturgia es creada para ser trastocada y recreada todo el tiempo gracias a la ilusión y a su resquebrajamiento.