Hoy en día me parece evidente que en la atmósfera que respira el “ingenio de la escalera” habita una gran duda que crea una pregunta hamletiana y clásica: ¿Escribir o vivir? Dicho de otro modo, ¿vengarse a través de la escritura y hasta intentar modificar el signo de nuestra estrella, o ponerse a vivir sin más?
Es inevitable: siempre que me planteo esta disyuntiva, me pregunto de dónde vendrá el mito de que la muerte de la literatura significa desembarcar en la vida, acceder a lo real. ¿Acaso al escribir no vivimos?
En todo caso, de admitir que vivir y escribir son actividades distintas, me gustaría que alguien me explicara qué nos perdemos al escribir. ¿Cazar elefantes como Hemingway, o quizás una apasionante vida abisinia a lo Rimbaud?
Sí. ¿Qué nos perdemos?
Seguro que cada uno de ustedes tiene una respuesta distinta.
La mía hoy podría ser ésta: Nada nos perdemos, sospecho que nada, si acaso nos perdemos, pero eso ya va adherido de forma natural a la vida, nos extraviamos normalmente y, además, la escritura tiene el fascinante poder de descaminarnos a fondo, y eso es todo.
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