La mano izquierda de dios

EL periodista argentino Horacio Verbitsky realizo una intensa investigación sobre la relación entre la iglesia y las fuerzas armadas y argentinas. Pero no era una relación sencilla sino que era de complicidad para derrocar los gobiernos democráticos y que de esta manera los militares lleguen al poder.

La investigación completa hecha por el periodista argentino cuenta de cuatro capítulos o tomos el primero se llama Cristo Vence, el segundo lleva por titulo La violencia evangélica y el tercero se llama Vigilia de arma. El cuarto tomo se llama La mano izquierda de dios. Cada titulo de esta investigación abarca un momento histórico determinado desde la independencia argentina a comienzos del siglo XIX.

Dijo el intelectual Eduardo Galeano sobre el ultimo tomo del periodista argentino: “Una obra profunda, necesaria para conoces la afinidad entre poder militar y poder católico y comprender a la sociedad argentina y sus imaginarios en el largo plazo”.

La mano izquierda de dios comprende el último periodo de la última dictadura militar en la argentina. De este modo comienza el 24 de marzo 1976, que es la fecha en que los militares llegan al poder y termina en diciembre de 1983 con el retorno de la democracia. El libro comienza con la historia de Luis Bonamin de 21 años que desaparece tras formar parte de una organización armada cuando sus familiares fueron a pedirles a un obispo por el este le respondió: “Algo habra hecho”.

Advierte el autor en las primeras páginas de este libro: Estas paginas no contienen juicios de valor sobre el dogma ni el culto de la iglesia católica apostólica romana sino un análisis de su comportamiento en la argentina entre 1976 y 1983 como realidad sociológica de pueblo concreto en un mundo concreto, según los términos de su propia conferencia episcopal. En cambio, su realidad teológica de misterio solo corresponde a los creyentes, que merecen todo mi respeto”.

La iglesia argentina durante la última dictadura militar era muy apreciada a la época de la Inquisición. En la sociedad medieval era jerárquica, organizada piramidalmente, estructura que se ha mantenido a lo largo de los siglos. Entre otras cosas, sostenían que cualquier mixtura o idea de participar o asumir un rol social, era considerado una desviación o una monstruosidad.

La sociedad también estaba organizada en forma piramidal, y estaba dividida en estamentos, de los cuales no se podía ascender o descender. Las privaciones o penurias en la vida terrenal serían compensadas en el cielo, y para ello la Iglesia ponía en funcionamiento su banco de crédito.

La Inquisición no fue una institución que se creó acabadamente como la conocemos, durante la expulsión de los judíos de España en 1492 y en su nefasta actuación con los conversos. Fue creciendo gradualmente y adaptándose a los acontecimientos históricos que se dieron en Europa durante la Edad Media y el Renacimiento.

Acerca del origen de la Inquisición debemos remontarnos a la edad antigua. Recordemos un poco de historia: las invasiones de los bárbaros al viejo imperio Romano habían finalizado con la conversión a la cristiandad, de los príncipes y reyes de éstas tribus que provenían del norte. El Imperio Romano se había dividido en dos en el año 395 de la ec.: al Este, el Imperio Bizantino, con capital en Constantinopla, hoy Estambul, y al Oeste, el Imperio Romano con capital en Roma.

También se había dividido la iglesia cristiana en dos: la Iglesia Romana y la Iglesia Ortodoxa Griega, desde el año 867. El intento de Carlomagno de crear un nuevo Imperio Romano con base y fuerza en Alemania había fracasado con su muerte en 814. Los moros dominaban el norte de África y la Península Ibérica hasta los Pirineos. Ya había comenzado la reconquista desde León, Castilla, Navarra, Aragón y Barcelona, donde los príncipes cristianos luchaban para conquistar territorios presionando a los moros hacia el sur

Mientras tanto, el papado se fortalece en Roma y comienza a influir marcadamente sobre los diferentes reinos cristianos. Se consolida el canon del cristianismo definiendo la Ortodoxia tal como la conocemos hoy. Los dogmas de fe tales como la virginidad de María, la Trinidad, y el más importante para nosotros y el que acentuó el poder de la Iglesia Romana fue el concepto de Salvación.

Respecto al concepto de salvación, como también los de ortodoxia, herejía e indulgencia, creo que debemos prestar especial atención ya que nos ayudará a comprender un poco más toda la maquinaria macabra de la Iglesia católica.

Ortodoxo, según el Diccionario de la Real Academia Española significa: "conformidad con el dogma de una religión". Por otra parte Salvación es: "consecución de la gloria y bienaventuranza eterna". Dijimos entonces que se define la ortodoxia católica y se impone el criterio de salvación y surge el término hereje y herejía.

Según la Real Academia Española hereje significa: "Cristiano que en materia de fe se opone con pertinacia a lo que cree y propone la Iglesia Católica". Herejía, en tanto, es: "error en materia de fe sostenido con pertinacia".

Vemos en ésta definición de hereje un punto muy importante a tener en cuenta: hereje es un cristiano, o sea que no puede serlo un judío o un musulmán. Un judío podía ser entonces sospechoso de herejía desde el momento en que se convertía al cristianismo, no antes. La Inquisición no persiguió a los judíos, persiguió a los judíos conversos. Por último la palabra indulgencia significa "remisión que hace la Iglesia de las penas debidas por los pecados".

La iglesia católica se aprovechó de todas estas figuras y les dio entidad para sacar rédito que, lejos de tener que ver con la moral, estaban estrechamente vinculados a las ganancias terrenales y económicas.

El edificio de la Inquisición comenzó a construirse varios siglos antes de la gran conversión de judíos españoles al final del siglo XIV. Una vez establecida la ortodoxia, las desviaciones de ella son inquiridas, estudiadas por el obispo de cada diócesis y de comprobarse el delito, son castigadas. Ésta es la primera forma de Inquisición conocida como Inquisición Episcopal. Los castigos, en estos casos, eran castigos y penitencias canónicas, como ser asistir en ocasiones determinadas a la iglesia, rezar determinadas oraciones o hacer ayunos, entre otras cosas.

Mientras tanto, la autoridad del papado sobre los reyes y príncipes cristianos se afianza, los reyes reinaban por mandato divino y para su coronación era necesaria la bendición romana. Además, el papado comienza a administrar las indulgencias. De este modo la Iglesia y toda su estructura de poder comenzando por el Papa, llega a tener más poder y alcance que los mismo reyes católicos que estaban más preocupados en las conquistas que sus expediciones militares realizaban a América.

Vemos entonces cómo una serie de hechos que al parecer son sin relación, comienzan a configurar otra forma de Inquisición. En el año 1095, el papa Urbano II difunde la necesidad de una cruzada para reconquistar Tierra Santa que estaba en poder del Islam. Para reclutar voluntarios, afirmó que una cruzada a Tierra Santa era el sustituto de una penitencia cualquiera e implicaba una remisión total del pecado. Esto dio lugar al comienzo de las Indulgencias.

No hay lugar a dudas de la similitud, entonces, de la Iglesia católica argentina que investigó el periodista Horacio Verbitsky y la de la Inquisición del medioevo. El proceso histórico entre el 76 y el 83, incluso un poco antes, era similar a la inquisición de la época medieval. El mismísimo Victorio Bonamín, personaje con que Verbitsky inicia su libro, dijo que “había que purificar a la ciudadanía, en el río Jordán de su propia sangre” y que “había que extirpar al país del demonio de la subversión”.

LA iglesia, en la historia macabra que relata el periodista argentino Horacio Verbitsky, justificaba y solapaba al aparato represor militar, les daban consuelo a los torturadores, diciéndoles que no se trataban de personas no de seres humanos, que no tenían alma y que no eran hijos de dios. Por lo tanto, se los podía torturar.

La Iglesia adoptó el integrismo, que eran unas plataformas basadas en las teorías filosóficas de San Agustín, de que si el orden establecido por Dios se veía amenazado o agredido, era necesaria y justificada la violencia.

San Agustín decía que había que había que quitarle la potestá a un pueblo pervertido que desea entregar a una nación en manos de malvados y criminales, y que ese poder debía quedar en manos de pocos buenos. (Estas palabras de San Agustín fueron citadas en una Carta Episcopal, en Junio de 1977).

En un congreso episcopal que se realizó en Suiza, a los pocos días del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, al que asistieron miembros de la cúpula eclesiástica argentina, se planteó que la tarea de Ciudad Católica era formar elites capaces de reconstruir la sociedad sobre cimientos cristianos, convocando para ellos a los medios de comunicación, jefes de empresas, militares, jueces, etc.

Ciudad Católica: tras el derrocamiento de Perón, en el 55, comenzó a haber en Argentina una influencia de los métodos de combate a la contrainsurgencia, puesto en práctica por oficiales y sacerdotes franceses durante la guerra de Argelia. (de hecho, fue parte del plan de trabajo de la Escuela para las Américas y fue profundizado años más tarde por la administración Reagan). Todas estas metodologias de represión y tortura fueron introducidas en América Latina y era parte del llamado Plan Condor, comandado desde la primera potencia mundial para evitar la expansión del comunismo en América Latina.

El coronel Jean Gardes (condenado a muerte en Francia pero aceptado en Argentina gracias a un trato con el servicio de inteligencia de la Armada, quien le consiguió los papeles para quedarse en el país, a cambio de que dictara cursos de su organización en la ESMA) y el capellán Georges Grasset, introdujeron entre 1961 y 1963 una célula de esa organización, a la que llamaron Ciudad Católica.

Ciudad Católica basaba sus preceptos en un libro llamado El marxismo-leninismo, escrito por el oficial francés Jean Ousset, el cual incluía una serie de encíclicas papales condenatorias hacia el comunismo y un manual de doctrina contra la contrainsurgencia. La traducción de este libro (publicado en Argentina en 1961) la hizo un coronel de la Armada y el prólogo lo hizo el Vicario General castrense, Monseñor Caggiano, quien fue Arzobispo de la ciudad de Rosario (antes que Bolatti) y quien hizo ingresar al país también el Opus Dei.

En el prólogo de la carta episcopal que aprueba las torturas, el obispo Caggiano dice que hay que prepararse a una lucha a muerte en una guerra ideológica, contra enemigos que todavía no han presionado las armas, en donde muestra, con claridad, que se estaban preparando desde tiempo antes que apareciera la primera organización guerrillera en el país. Este libro era volcado en la revista Verbo, publicada por el episcopado argentino y dirigido directamente a los militares y a sacerdotes en funciones castrenses.

También hubo otro libro, escrito por un presunto capellán, bajo el pseudónimo de Pedro Marcial Castillo. Se llamó “Fuerzas armadas, ética y represión”, que estaba dirigido a los oficiales de las Fuerzas Armadas, y sostenía que cada soldado debía ser un cruzado por Dios y por la Patria. Este libro sigue y remarca las doctrinas de Santo Tomás, donde dice que la única causa legítima de la guerra es castigar o reprimir una ofensa del orden moral y que la paz de Cristo empieza con la espada de la justicia.

Se hacían jornadas de adoctrinamiento manual para la cruzada, en donde el episcopado sostenía que el Estado no debía fijar límites legales ni morales para combatir la guerrilla y quienes reclamaban por la desaparición, sufrían la angustia del marxismo por el poder mundial.

Se realiza en Buenos Aires otra de estas jornadas católicas, que eran las que la Iglesia y los militares tenían previstas para adoctrinar a sacerdotes castrenses y oficiales. Allí se habló de que los militares y la Iglesia “tenían que hacer escuela”. El mayor disertante de esa jornada, el jefe de Brigada Abel Caltuzzi, explicó que por el vicariato castrense pasaban al año 100 mil hombres, lo que equivalía a 500 familias en 5 años, cantidad con la que se podía modificar un país. Más tarde se realiza otra segunda jornada en la que el eje fue “que el ejército enseña a vencer mientras que el capellán enseña a morir en gracias de Dios”.

Según cuenta el periodista argentino Horacio Verbitsky en su libro La mano izquierda de Dios, había una diferencia importante entre los sacerdotes tercer mundistas que defendían las ideas socialistas y que decían que el capitalismo no tenía nada que ver con el cristianismo. Estos sacerdotes serían brutalmente torturados y perseguidos durante la última dictadura militar. (Diálogo entre Citelli y Maguay en el Batallón de Comunicaciones 121).

la iglesia suministró información, no sólo de civiles sino también de seminaristas y sacerdotes que fueron ultimados y desaparecidos, que derivan en los asesinatos de Angelleli y Ponce de León. Ponce de León denuncia a Bolatti, quien firma acuerdo con las grandes empresas como Somisa, y Bolatti niega audiencia a familiares de desaparecidos, entonces estos familiares viajan a San Nicolás y Ponce de León sí los atiende. Entonces Bolatti denuncia a Ponce de León frente al episcopado, diciendo “que tiene desviaciones muy profundas”.

Sin lugar a dudas, la represión no fue solamente física en cuanto a personas torturadas y desparecidas. Fue un círculo viciado que cercenó absolutamente todas las libertades democráticas y de expresión. Los medios de comunicación no estuvieron al margen de la situación y era muy poco lo que se les permitía publicar de lo que sucedía en el país.
Algunos experimentados periodistas que desarrollaron su trabajo durante la época de la dictadura militar contaron que recibían de los editores un pedido “tácito” –que a su vez provenía de esferas mucho más altas – de qué se debía publicar y cómo manejar la información. En consecuencia, esgrimieron que se encontraban en un sistema de represión constante en cuanto a opiniones e ideas.

“Quienes tenían algún tipo de libertad para opinar o comunicar lo que pasaba en el país, eran los corresponsales en el exterior y las agencias extranjeras. Asimismo, afirmaron que algunos pocos periódico nacionales, como La Nación, “dejaban vislumbrar” algunos detalles con mucha sutileza. “Había que subsistir en la vorágine represiva y podías terminar desaparecido también si ibas en contra del sistema aunque no estuvieras de acuerdo”, dijeron algunos periodistas que atravesaron ese proceso.

Vigilia de armas es el tercer tomo de la investigación sobre el poder político de la iglesia católica en Argentina, que llevó a cabo este prestigioso periodista de investigación que es Horacio Verbitsky. La trama cuenta el tema de la Iglesia en tres andariveles paralelos. Por un lado, el movimiento de sacerdotes tercermundistas y cómo ellos mismos encuentran sus alcances y limitaciones dentro de la sociedad y el propio clero.

En segundo término, Vigilia de armas trata la jerarquía del Episcopado Argentino y el traspaso de mando de Antonio Caggiano a Adolfo Servando Tortolo, y a la que denomina una época negra de la Iglesia argentina por su relación con los altos jefes militares del momento.

La tercera vía que despliega el autor en Vigilia de armas es sobre la Santa Sede y cómo ésta permitió cosas, ignoró otras e incluso expresó que el Papa tuvo una participación “omitiva” ante determinados accionares de los altos mandos militares argentinos.

En Vigilia de armas Horacio Verbitsky relata la concurrencia una serie de hechos relacionados con los decesos de cuatro sacerdotes tercermundistas durante la dictadura militar, con la ironía y el humor que caracteriza al periodista:

“Yo digo que las compañías de seguros no deben querer asegurar sacerdotes tercermundistas, hice el cálculo y de 80 curas revolucionarios, 4 murieron en accidentes automovilísticos, lo cual es un índice de mortalidad del 5%, que no debe tener ninguna otra profesión. Además, el 100% de los que padecieron esos siniestros tenían una línea antidictatorial bien definida”.

“Mi primer trabajo sobre el tema fue la entrevista con Cirillo. El segundo, sobre la quinta de descanso del arzobispado de Buenos Aires, que se llamaba nada menos que El Silencio, propiedad que fue prestada al grupo de tareas de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) para que durante la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, escondieran a los 60 detenidos que tenían y así, cuando requisaran la ESMA, los visitantes no encontraran nada”.

Verbitsky dice en su libro que los hechos que envuelven al clero argentino no se trataban de hechos aislados, sino de todo un sistema que obraba dentro de la vida política del país, por lo que decidió iniciar un compendio de trabajo. De esta manera, edita el primer capítulo que abarca desde la expulsión en 1884 del Nuncio Apostólico por el presidente Julio Argentino Roca (ya que atentaba contra la implementación de la ley de Enseñanza Laica), hasta el derrocamiento de Juan Domingo Perón en el 55.

El segundo tomo, comprende desde la Revolución Libertadora que, según Verbitsky, fue alentada y apoyada por el clero, hasta el Cordobazo de 1969. En tanto, el tercero, Vigilia de armas, abarca desde septiembre de •69 hasta la noche del 23 de marzo de 1976, cuando aún María Estela Martínez de Perón era presidenta de la Argentina.

“A medida que me acerco al presente hay muchas más fuentes directas y menos bibliografía, lo que representa un material mucho más rico”.