Tema: La mano izquierda de dios

En el prólogo de la carta episcopal que aprueba las torturas, el obispo Caggiano dice que hay que prepararse a una lucha a muerte en una guerra ideológica, contra enemigos que todavía no han presionado las armas, en donde muestra, con claridad, que se estaban preparando desde tiempo antes que apareciera la primera organización guerrillera en el país. Este libro era volcado en la revista Verbo, publicada por el episcopado argentino y dirigido directamente a los militares y a sacerdotes en funciones castrenses.

También hubo otro libro, escrito por un presunto capellán, bajo el pseudónimo de Pedro Marcial Castillo. Se llamó “Fuerzas armadas, ética y represión”, que estaba dirigido a los oficiales de las Fuerzas Armadas, y sostenía que cada soldado debía ser un cruzado por Dios y por la Patria. Este libro sigue y remarca las doctrinas de Santo Tomás, donde dice que la única causa legítima de la guerra es castigar o reprimir una ofensa del orden moral y que la paz de Cristo empieza con la espada de la justicia.

Se hacían jornadas de adoctrinamiento manual para la cruzada, en donde el episcopado sostenía que el Estado no debía fijar límites legales ni morales para combatir la guerrilla y quienes reclamaban por la desaparición, sufrían la angustia del marxismo por el poder mundial.

Se realiza en Buenos Aires otra de estas jornadas católicas, que eran las que la Iglesia y los militares tenían previstas para adoctrinar a sacerdotes castrenses y oficiales. Allí se habló de que los militares y la Iglesia “tenían que hacer escuela”. El mayor disertante de esa jornada, el jefe de Brigada Abel Caltuzzi, explicó que por el vicariato castrense pasaban al año 100 mil hombres, lo que equivalía a 500 familias en 5 años, cantidad con la que se podía modificar un país. Más tarde se realiza otra segunda jornada en la que el eje fue “que el ejército enseña a vencer mientras que el capellán enseña a morir en gracias de Dios”.

Según cuenta el periodista argentino Horacio Verbitsky en su libro La mano izquierda de Dios, había una diferencia importante entre los sacerdotes tercer mundistas que defendían las ideas socialistas y que decían que el capitalismo no tenía nada que ver con el cristianismo. Estos sacerdotes serían brutalmente torturados y perseguidos durante la última dictadura militar. (Diálogo entre Citelli y Maguay en el Batallón de Comunicaciones 121).

la iglesia suministró información, no sólo de civiles sino también de seminaristas y sacerdotes que fueron ultimados y desaparecidos, que derivan en los asesinatos de Angelleli y Ponce de León. Ponce de León denuncia a Bolatti, quien firma acuerdo con las grandes empresas como Somisa, y Bolatti niega audiencia a familiares de desaparecidos, entonces estos familiares viajan a San Nicolás y Ponce de León sí los atiende. Entonces Bolatti denuncia a Ponce de León frente al episcopado, diciendo “que tiene desviaciones muy profundas”.

Sin lugar a dudas, la represión no fue solamente física en cuanto a personas torturadas y desparecidas. Fue un círculo viciado que cercenó absolutamente todas las libertades democráticas y de expresión. Los medios de comunicación no estuvieron al margen de la situación y era muy poco lo que se les permitía publicar de lo que sucedía en el país.
Algunos experimentados periodistas que desarrollaron su trabajo durante la época de la dictadura militar contaron que recibían de los editores un pedido “tácito” –que a su vez provenía de esferas mucho más altas – de qué se debía publicar y cómo manejar la información. En consecuencia, esgrimieron que se encontraban en un sistema de represión constante en cuanto a opiniones e ideas.

“Quienes tenían algún tipo de libertad para opinar o comunicar lo que pasaba en el país, eran los corresponsales en el exterior y las agencias extranjeras. Asimismo, afirmaron que algunos pocos periódico nacionales, como La Nación, “dejaban vislumbrar” algunos detalles con mucha sutileza. “Había que subsistir en la vorágine represiva y podías terminar desaparecido también si ibas en contra del sistema aunque no estuvieras de acuerdo”, dijeron algunos periodistas que atravesaron ese proceso.

Vigilia de armas es el tercer tomo de la investigación sobre el poder político de la iglesia católica en Argentina, que llevó a cabo este prestigioso periodista de investigación que es Horacio Verbitsky. La trama cuenta el tema de la Iglesia en tres andariveles paralelos. Por un lado, el movimiento de sacerdotes tercermundistas y cómo ellos mismos encuentran sus alcances y limitaciones dentro de la sociedad y el propio clero.

En segundo término, Vigilia de armas trata la jerarquía del Episcopado Argentino y el traspaso de mando de Antonio Caggiano a Adolfo Servando Tortolo, y a la que denomina una época negra de la Iglesia argentina por su relación con los altos jefes militares del momento.

La tercera vía que despliega el autor en Vigilia de armas es sobre la Santa Sede y cómo ésta permitió cosas, ignoró otras e incluso expresó que el Papa tuvo una participación “omitiva” ante determinados accionares de los altos mandos militares argentinos.

En Vigilia de armas Horacio Verbitsky relata la concurrencia una serie de hechos relacionados con los decesos de cuatro sacerdotes tercermundistas durante la dictadura militar, con la ironía y el humor que caracteriza al periodista:

“Yo digo que las compañías de seguros no deben querer asegurar sacerdotes tercermundistas, hice el cálculo y de 80 curas revolucionarios, 4 murieron en accidentes automovilísticos, lo cual es un índice de mortalidad del 5%, que no debe tener ninguna otra profesión. Además, el 100% de los que padecieron esos siniestros tenían una línea antidictatorial bien definida”.

“Mi primer trabajo sobre el tema fue la entrevista con Cirillo. El segundo, sobre la quinta de descanso del arzobispado de Buenos Aires, que se llamaba nada menos que El Silencio, propiedad que fue prestada al grupo de tareas de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) para que durante la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, escondieran a los 60 detenidos que tenían y así, cuando requisaran la ESMA, los visitantes no encontraran nada”.