Los días en el infierno habían comenzado a ser normales: la bestialidad, lo inhumano, lo triste, lo absorto, lo malo, lo bueno, todos y uno ya eran parte del fuego; ya todos jugábamos con fuego, estábamos destinados al fuego y en él vivíamos, en el amábamos, de él escapamos o eso intentábamos.
Pero no había manera de pararlo, porque éste fuego no se apagaba, no desaparecía sino que todo lo transformaba, todo lo arrasaba, todo lo evaporaba.
Con el pasar de los días, por suerte, ya lo sentí en mí. Siempre me llamó la atención formar parte del fuego-juego y ya no había manera de separarlo de mí.
Dos éramos, dos seres de fuego, uno vivía dentro del otro y todo lo consumíamos, todo lo incendiábamos...Era feliz.
Mi fuego y yo todo lo transformábamos, yo ya era un fuego, siempre quise ser de fuego y lo había logrado. Vivía envuelta en nubes de humo que se apoderaban de mis lágrimas, las cuales caían horrorizadas de miedo al vacío hecho ceniza. Pero solo quemaban, solo ardían...Todo renacía y vos no entendías.
Parado sobre el cielo mirabas, mirabas como todo se incendiaba, como todo se corría, como todo se movía y no entendías.
Mirabas, sólo mirabas como mis palabras se incendiaban, como toda mi voz se quemaba, como todo avanzaba y no entendías.
Vos nunca entendías.
Solo mirabas y te sorprendías.
Yo solo vivía y vos sólo te sorprendías.
Los días continuaban, el fuego avanzaba y el infierno ya se sentía.
La gente transpiraba, la gente caminaba, la gente trabajaba, la gente moría, la gente vivía...Solo se acostumbraba, y yo miraba...Solo miraba.
Miraba los atardeceres de fuego, miraba el mar que ardía de pasión, miraba la vida incendiada, miraba como todo se quemaba, como todo renacía. La veía.
Tanto la vi que desee vivirla, recorrerla, sentirla, tocarla, y corrí solo corrí.
Yo en llamas corrí al infierno.
Yo en llamas corrí.
Yo en llamas.
Yo en.
Yo.
Viví.