George Withermore tenía la impresión de estar iniciado; pero lo que no esperaba era oír que le había mencionado a él como la persona en cuyas manos depositaría con más confianza los materiales para el libro.
Esos materiales -diarios, cartas, apuntes, notas, documentos de muchas clases- eran propiedad de la viuda, estaban totalmente en sus manos, sin condiciones de ninguna clase referentes a alguna parte de su herencia; de forma que era libre para hacer con ellos lo que quisiera, y libre, especialmente, para no hacer nada. Lo que Doyne hubiera dispuesto, de haber tenido tiempo para hacerlo, no podía ser otra cosa que meras suposiciones y conjeturas. La muerte se lo había llevado demasiado pronto y demasiado de prisa, y la lástima era que los únicos deseos que se sabía había expresado eran deseos de que no se hiciera nada. Había desaparecido antes de tiempo, eso era lo que pasaba; y el final era irregular y necesitaba recortes. Withermore sabía muy bien lo cerca que había estado de él, pero también sabía que él era un hombre relativamente poco conocido. Era un periodista joven, un crítico, un hombre que vivía al día y que, como solía decirse, tenía todavía poco que mostrar.
Marcadores