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Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde
iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo
sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les
impulsaba una necesidad invencible de andar.
Observación curiosa: ninguno de aquellos viajeros parecía
irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado
a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte
de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna
desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo,
hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como
el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los
condenados a esperar siempre.
Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del
horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del
planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.
Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; mas
pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me
quedó más profundamente agobiado que los otros con sus
abrumadoras quimeras.
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Si bien hay miles de poemas más de Charles Baudelaire donde podemos observar ese caminar caminando poético compartiré, por último, uno de los mejores poemas donde describe la muchedumbre, el caminar y el cambio social. El poema se llama “Las muchedumbres”.
Las muchedumbres
No a todos les es dado tomar un baño de multitud; gozar de la
muchedumbre es un arte; y sólo puede darse a expensas del
género humano un atracón de vitalidad aquel a quien un hada
insufló en la cuna el gusto del disfraz y la careta, el odio del
domicilio y la pasión del viaje.
Multitud, soledad: términos iguales y convertibles para el poeta
activo y fecundo. El que no sabe poblar su soledad, tampoco
sabe estar solo en una muchedumbre atareada.
Goza el poeta del incomparable privilegio de poder a su guisa
ser él y ser otros. Como las almas errantes en busca de cuerpo,
entra cuando quiere en la persona de cada cual.
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Sólo para él está todo vacante; y si ciertos lugares parecen cerrársele, será
que a sus ojos no valen la pena de una visita.
El paseante solitario y pensativo saca una embriaguez singular
de esta universal comunión. El que fácilmente se desposa con
la muchedumbre, conoce placeres febriles, de que estarán
eternamente privados el egoísta, cerrado como un cofre, y el
perezoso, interno como un molusco. Adopta por suyas todas
las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que las
circunstancias le ofrecen.
Lo que llaman amor los hombres es sobrado pequeño, sobrado
restringido y débil, comparado con esta inefable orgía, con esta
santa prostitución del alma, que se da toda ella, poesía y
caridad, a lo imprevisto que se revela, a lo desconocido que
pasa.
Bueno es decir alguna vez a los venturosos de este mundo,
aunque sólo sea para humillar un instante su orgullo necio, que
hay venturas superiores a la suya, más vastas y más refinadas.
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Los fundadores de colonias, los pastores de pueblos, los
sacerdotes misioneros, desterrados en la externidad del mundo,
conocen, sin duda, algo de estas misteriosas embriagueces; y en
el seno de la vasta familia que su genio se formó, alguna vez
han de reírse de los que les compadecen por su fortuna, tan
agitada, y por su vida, tan casta.
Este ha sido el último poema que he querido compartirles de Charles Baudelaire, porque realmente creo que “Las muchedumbres” logra resumir todo lo que venía señalando sobre la forma de caminar y describir de un poema como Charles Baudelaire.
Como han podido seguramente observar las formas de caminar y de describir un paisaje no es solamente para contar sino que es una elección de estilo para hacer poesía o escribir un libro, si bien Charles Baudelaire ha sido uno de los poetas en poder retratar el mundo a través de la poesía no ha sido el único caminador, ha habido otros que también lo han logrado.
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Y tal ha sido el caso de Arthur Rimbaud, quien con su poesía, su estamento poético, ha logrado ponerse en el lugar de caminador poeta y poder retratar todo lo que se movía y estaba a su alcance óptico mientras caminaba por las calles de París.
Este poeta, también del siglo XIX ha logrado retratar la vida de él, de su infancia y de su adultez a través del caminar, de la figura de caminante que observar el cambio pero también el pasado, el presente y el futuro a través de la poesía.
A continuación compartiré uno de los poemas en donde pueden observar que diferente es la forma de caminar de Rimbaud que la de Baudelaire y que cosas han sido relevantes en la caminata para cada poeta. Con esto creo que podrán observar como ésta forma estilística del caminante se desvía en cada poema, en cada autor o en cada poeta.
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A continuación compartiré alguno de los poemas de Arthur Rimbaud en su gran obra “Iluminaciones” publicada en el año 1886. Rimbaud ha sido sin dudas un poeta viajante, un poeta caminante, lo cual le ha servido mucho al momento de escribir su poesía.
En estos poemas de su obra “Iluminaciones” podrán observar la figura de poeta, de caminante y sobre todo de lo que observa a medida que camina, que recuerda, que vive, que sueña…
III
En el bosque hay un pájaro; su canto os detiene y os hace sonrojar.
Hay un reloj que no suena.
Hay un hoyo con un nido de animales blancos.
Hay una catedral que baja y un lago que sube.
Hay un cochecito abandonado en el bosquecillo, o que desciende por el sendero
corriendo, adornado con cintas.
Hay una compañía de pequeños comediantes con trajes de escena, divisados en el
camino por entre la linde del bosque.
Hay en fin, cuando se tiene hambre y sed, alguien que os echa.
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IV
Yo soy el santo, orando en la terraza, - como los animales pacíficos pacen hasta el mar
de Palestina.
Yo soy el sabio en el sillón umbrío. Las ramas y la lluvia se arrojan contra el ventanal
de la biblioteca.
Yo soy el peatón del camino real entre los bosques enanos; el murmullo de las esclusas
cubre mis pasos. Veo largo rato la melancólica lejía dorada del poniente.
Con gusto sería el niño abandonado en la escollera que partió hacia alta mar, el
pajecillo que sigue la alameda cuya frente toca el cielo.
Los senderos son ásperos. Los montículos se cubren de retamas. El aire está inmóvil.
¡Qué lejos están los pájaros y las fuentes! Esto sólo puede ser el fin del mundo, que
avanza.
“El peatón del camino real” ese es Arthur Rimbaud y ello ha logrado describir en toda su poesía. Creo que esa frase logra sintetizar todo lo que se puede decir del caminante Rimbaud, esa es su verdad y esa es su mirada sobre el mundo, sobre su pasado y sobre su futuro.
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Saliendo un poco del plano poético y volviendo a ingresar al universo ficcional podemos nombrar a otro gran caminante literario llamado Marcel Proust, quien con su famosa obra llamada “Por el camino del Swan” o “En busca del tiempo perdido”, una novela autobiográfica de seis partes que narra el camino del autor para convertirse en escritor con todo lo que ello conlleva, con las diferencias, con el amor y con los desencuentros.
Si bien Marcel Proust tuvo que dejar éste mundo a una temprana edad y no llegó a convertirse en un escritor de grandes obras o creador de grandes personajes o universos ficcionales únicos e irrepetibles, sin lugar a dudas ésta obra “En busca del tiempo perdido” le alcanzó para ganar la fama, el reconocimiento y el título de escritor en su corta vida y en toda la eternidad.
El caminar de Proust es muy diferente que al de los escritores que vengo nombrando ya que su caminar no es por las ciudades o por las rutas sino que su caminar es por su camino de vida, por su tiempo, por su historia.
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Así comienza la obra "En busca del tiempo perdido" de Marcel Proust observen como describe el autor el camino y el tiempo:
"Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: «Ya me duermo». Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V. Esta figuración me duraba aún unos segundos después de haberme despertado: no repugnaba a mi razón, pero gravitaba como unas escamas sobre mis ojos sin dejarlos darse cuenta de que la vela ya no estaba encendida."
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"Y luego comenzaba a hacérseme ininteligible, lo mismo que después de la metempsicosis pierden su sentido, los pensamientos de una vida anterior; el asunto del libro se desprendía de mi personalidad y yo ya quedaba libre de adaptarme o no a él; en seguida recobraba la visión, todo extrañado de encontrar en torno mío una oscuridad suave y descansada para mis ojos, y aún más quizá para mi espíritu, al cual se aparecía esta oscuridad como una cosa sin causa, incomprensible, verdaderamente oscura. Me preguntaba qué hora sería; oía el silbar de los trenes que, más o menos en la lejanía, y señalando las distancias, como el canto de un pájaro en el bosque, me describía la extensión de los campos desiertos, por donde un viandante marcha de prisa hacía la estación cercana; y el caminito que recorre se va a grabar en su , recuerdo por la excitación que le dan los lugares nuevos, los actos desusados, la charla reciente, los adioses de la despedida que le acompañan aún en el silencio de la noche, y la dulzura próxima del retorno."
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