Salí a la calle desorbitado. El viento sur congelo mi alma y quede un segundo inmóvil mirando el correr de las hojas que se desparramaban asustadas por el viento.
Decidí emprender una búsqueda y anduve sin rumbo por un tiempo reflexionando que siempre me gusto perderme en los atardeceres de la ciudad y más los días de invierno.
En mi ruta nada era claro, los autos desfilaban melodías tristes, los semáforos profesaban antiguos juramentos y los ruidos de las bocinas cambiaban el ritmo de mi vida. Todo parecía extraño, todo parecía gris y yo seguía buscando.
Atravesando miles de calles nada saciaba mi enigma, no sabía porque caminaba pero algo buscaba, buscaba un rostro, una mujer, a ella y no la encontraba. Así fue como llegue al río y me detuve a ver como la corriente formaba historias en remolino y de repente recordé a aquella mujer que una tarde de lluvia se me apareció en sueños. Y fue precisamente en esa mañana de frío que la vi pasar. Llevaba pantalones a rayas, una camisa blanca y lentes de sol. Me sonrió, yo me inmute. Las palabras que quería proferirle, las historias que quería contarle, nada me salía. Solo pude acompañarla con mi mirada mientras su figura desaparecía en el silencio.