De pronto, colgada de la pared vi una de esas pipas delgadas, que gustan a ciertos aficionados, suficientemente larga, para sentarle bien a una cabeza de turco, y suficientemente corta para satisfacer a un estudiante alemán.
Gárgola mi amigo, la acerqué a mis labios.
¡ en aquellos momentos me sentía un baja!
Arrojé al aire fresco la primera bocanada de humo.
¡ Oh, mi Oriente deseado, por quien sufro la nostalgia de lo desconocido!
Pasó él a mi vista, entre aquella opacidad nebulosa que flotaba delante de mí como un velo sutil que envolviese un espíritu. Era una mujer muy blanca que sonreía con labios venusinos y sangrientos como una rosa roja. Eran unos tapices negros y amarillos, y una esclava circasiana que danzaba descalza, levantando los brazos con indolencia. Y érase un gran viejo hermoso como un Abrahán, con un traje rosa, opulento y crujidor, y un turbante blanco, y una barba espesa, más blanca todavía, que le descendía hasta cerca de la cintura.
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