No quiere abortar, puedo notarlo. Tampoco yo quiero abortar. Se lo digo. Me hinco de rodillas en una postura teatral y le pido que nos casemos:
—Vida mía, chatita —le digo con la voz más a lo Zeev Revah que me sale—. Anda, alégrame el día, alégrame el mes, alégrame el decenio.
Ella se ríe, pero dice que no. Me pregunta que si se lo pido por el embarazo, aunque muy bien sabe que no es por eso. Pasados cinco minutos dice que de acuerdo, pero con la condición de que si tenemos un niño le pondremos Yotam. Lo pactamos con un apretón de manos. Intento levantarme, pero se me han dormido las piernas. Roni, ojos de mi corazón, alma mía, me faltan las palabras con las piernas paralizadas. Ahora si que me has alegrado el siglo.
Esa noche nos metemos en la cama. Nos besamos. Nos desnudamos. ...
Marcadores